El intrascendente

El azar, que es viento traicionero, hizo entender a aquel muchacho desvalido que ni el mundo ni sus habitaciones eran tan grandes como él siempre había creído. Un día, gracias a un desgraciado experimento médico, comprendió que no tenía por qué sentirse víctima, cuando él también podía ir tan lejos como cualquiera. Mirando de frente a la montaña, supo que para eso no hacía falta agotar caminos multiplicando sus pasos, sino aligerarlos, ganar altura y, a poder ser, continuar el viaje aupado entre nubes. Y allí es donde finalmente se quedó y donde se creó su morada, en las brumosas alturas. Su sufrida epopeya nos permite hoy entreverlo allá arriba como una figura envidiable, excepcional, mítica.